Historia de La Cepeda. Breve apunte
SEÑAS MILENARIAS DE IDENTIDAD
.La comarca de La Cepeda, avencindada con la noble y bimilenaria Astorga, es cabecera del río Tuerto, legítimo y secular padre del territorio, junto a su afluente el Porcos. Con 44 pueblos, comprendidos en cinco ayuntamientos que a su vez se encuentran constituidos en una mancomunidad, posee una extensión de 506,4 Km2 . El envejecido censo poblacional ronda los 4.000 habitantes. El simbólico Cueto de San Bartolo, limítrofe con el pantano de Villameca, se alza desde sus 1.320 metros como legendario centinela desde donde se divisa la extensa jurisdicción cepedana, antaño epicentro de las tribus astures de los Amacos, uno de los últimos enclaves en ser sometidos por el Imperio Romano en la Península Ibérica.
La ocupación de La Cepeda en la época prehistórica se pone de manifiesto por los restos arqueológicos encontrados, correspondientes a las Edades de Piedra, Bronce y Hierro. Ya posteriormente las referencias nos transmiten con nitidez que en la zona vivían, en la época inmediatamente anterior a la conquista romana, los Amacos o Amaci, arraigado grupo humano con una personalidad muy definida que formaba parte del obstinado pueblo astur, del que los cepedanos son, junto a otras regiones, descendientes y herederos.
Los astures, a través de sus distintas tribus, estaban asentados en la mayor parte de León y Asturias, y la mitad septentrional de Zamora y Orense, incluido el norte de Portugal. Los núcleos de población se localizaban en los cerros o coronas y constituían la popular cultura castreña. Los expertos en la materia sitúan importantes castros dentro de La Cepeda, concretamente en Ferreras, en Cogorderos, en Quintana de Fon, en Revilla, en Villagatón, en Porqueros, en Magaz, en Carneros, en Vega o en Sopeña, entre otros.
La dura y tenaz ocupación romana de estos lares tuvo lugar por los años 25 y 24 a. C. Avanzada la dominación del Imperio, se crearon los Conventos Jurídicos. La comarca quedaba incluida en el “Conventus Asturum”, cuya capital era Astúrica Augusta (Astorga). Las tierras cepedanas suministraron grandes cantidades de oro a la metrópoli fundada por Rómulo y Remo. Los restos de las médulas de “El Corón” en La Veguellina, y de “Pozo Viejo” en Zacos, por citar algunos, dejan constancia de la intensa actividad minera aurífera.
Pasado el tiempo, hacia el año 750, el rey Alfonso I arrebató los dominios cepedanos a los árabes invasores y, de acuerdo con su estrategia bélica, y ante la imposibilidad de atender a su defensa por los continuos ataques, la despobló, llevándose consigo a casi todas las gentes al otro lado de las montañas.
Los asentamientos humanos de La Cepeda, tal como los conocemos hoy, arrancan del siglo IX. El rey Ordoño I dispuso que el conde Gatón, gobernador del Bierzo, repoblase Astorga. El noble, acompañado del obispo Indisclo, “colonizó” la zona y la capital en el año 853. Fue entonces cuando se reconstruyeron todos los pueblos existentes desde Brimeda a los confines de Villagatón, que toma el nombre del ilustre berciano.
En el período en que se repobló la comarca, el gobierno local en el Reino de León se ejercía por los condes. El condado de Astorga era uno de los más extensos y comprendía el suelo cepedano. En el siglo XII aparece el nombre de Cepeda en los documentos. Por esta época se erigió el castillo de San Cristóbal, en las postrimerías de Quintana del Castillo, localidad en la que se hallaba la residencia oficial del noble.
En la segunda mitad del siglo XIV, la comarca aparece ligada a la familia de los Cepeda, quienes serán no sólo los señores sino también uno de sus mayores propietarios. En la primera mitad del siglo XV pasa a ser titularidad del Marqués de Astorga. Hay que significar que quedaron al margen de esta división el Señorío de Otero de Escarpizo y el de Valdemagaz.
Es de destacar el elevado número de hijosdalgo que existían en La Cepeda. Según datos fiables, en el siglo XVII, del orden del 40 por ciento de los vecinos tenían esta consideración. Constituían, pues, un grupo social caracterizado como pequeña nobleza que gozaba de algunos privilegios.
En 1888 se estableció la división administrativa de ayuntamientos que ha llegado hasta nuestros días; esto es: Magaz de Cepeda, Quintana del Castillo, Villagatón, Villaobispo y Villamejil. No obstante, hay que señalar que la institución municipal tenía por entonces escasa relevancia. La unidad práctica de gestión era el pueblo, hoy llamada legalmente Entidad Menor. El gobierno se ejercía en estos lugares por el concejo, que se constituía cuando, a campana tañida, los vecinos se reunían en el sitio de costumbre. La asamblea se dirigía por los cargos concejiles, que eran (y aún siguen siéndolo) elegidos democráticamente. Las decisiones se tomaban por acuerdo de la mayoría de asistentes. Los trabajos comunales, tales como el arreglo de caminos, el cierre de presas, el labrado de regueros, etcétera, se hacían mediante facendera, sistema que consistía en la realización altruista de las tareas con participación de los vecinos.
UN PRESIDENTE DEL GOBIERNO DE ORIGEN CEPEDANO:
Como hecho de cierta relevancia cabe subrayar que en 1864 nacía en Barcelona el cepedano Antonio Magaz y Pers, marqués de Magaz, almirante y presidente interino del Directorio en 1924 y 1925 (BOE del 16-09-24). Los orígenes por vía paterna del prócer, tal como está acreditado, eran cepedanos, del pueblo de Oliegos, cuyas casas inundó definitivamente en 1945 las aguas del embalse de Villameca cuando se construyó. En 1931 Antonio Magaz “capituló” el poder monárquico ante el advenimiento de la II República acompañando a Alfonso XIII al destierro. Como almirante capitaneó el barco que conduciría al monarca al exilio.
Hasta el siglo XIX La Cepeda era una superficie con malas comunicaciones, lo que determinó cierta endogamia. En el último tercio del siglo llegó el ferrocarril Palencia-La Coruña, construyéndose estaciones en Vega de Magaz, Porqueros y Brañuelas. En la primera mitad del siglo XX la comarca alcanza una población de más de 8.000 habitantes, distribuida en 45 pueblos. Se establece una gran actividad económica, desplegada principalmente en torno a los tres muelles ferroviarios. En este período la carretera de Astorga a Pandorado llega por fin hasta Sueros.
Era una época en la que aún se mantenían indemnes las señas de identidad como elementos diferenciadores de otros pagos colindantes. Se conservaba todavía el habla cepedana que tiempo atrás recogiera Cayetano Bardón en su famoso y celebrado libro “Cuentos en leonés”: “Lus que semus verdadeirus cepedanus hémunus allegra muchu al ver escritu en lletras de molde la llengua que fablarum lus nuestrus padres y agüelus”.
El pantano de Villameca, proyectado en época de la República e inaugurado por Franco en 1946, transformó el paisaje y la economía de gran parte de la comarca, al dotar de regadío y saciar la sed de más de 5.000 hectáreas agrícolas del valle del río Tuerto y la Vega, cerca ya de La Bañeza. La producción de la patata alcanzó importantísimas cotas a nivel provincial. El pueblo de Oliegos fue el tributó a pagar; quedó anegado bajo las aguas del embalse y sus habitantes trasladados el 28 de noviembre de 1945 en un tren especial de 30 vagones a Foncastín, en el municipio vallisoletano de Rueda. La prolífica comunidad intelectual cepedana realiza desde hace varios años, por el estío, un certamen o velada poética itinerante que denominan “Versos a Oliegos”, en honor de la aldea leonesa desaparecida.
La forzada emigración a partir de los años 60 ocasionó un auténtico éxodo rural hacia los núcleos urbanos industrializados que, poco a poco y unido al progresivo envejecimiento, “desguarnicionó” la comarca hasta los actuales 4.000 residentes.
Desde que la memoria colectiva tiene constancia de sus primeros pasos, los cepedanos, laboriosos por naturaleza, se han caracterizado por el inalterable y permanente sacrificio para ganar un futuro en ocasiones lejano y de tránsito abrupto. La Cepeda ha puesto de manifiesto su capacidad de trabajo, su sobriedad y su aclimatación a unas condiciones de vida realmente duras cuando no extremas. Las gentes, las instituciones y el pujante “movimiento cultural cepedano” luchan hoy desde la propia tierra y la diáspora por las raíces, los afectos y las tradiciones. Perseveran, en definitiva, por sus señas de identidad, contra el olvido y por la esperanza.